lunes, 2 de abril de 2007

Clásicos, clásicos

Hace un par de días me notificaron la aparición de una segunda edición de mi novela Alma, ya que la primera está prácticamente agotada. Será una edición revisada, y ahora estoy en pleno proceso de repaso. No la había vuelto a leer desde que la entregué al editor hace más de tres años, (quizá por miedo a querer cambiar alguna escena. Quizá por una cuestión de desintoxicación después de haberle dedicado tantas, tantas horas).
Y es curioso, porque de algunas escenas no me acordaba (¿debo preocuparme por esto?... jajaja). Durante su relectura he recuperado dos títulos que aparecen en la novela, que han sido muy importantes en mi vida y que descansan sin ser abiertos desde hace años en mi apolvada biblioteca (léase estantería con libros).
Ahí van: Manon Lescaut (Antoine-François Prévost d' Exiles, 1731) y La princesa de Cleves (Mme. de La Fayette 1678).
El primero lo acababa de leer Margot (la prima de Alma) justo antes de que Bertrand apareciera en escena. El segundo es el que toma Alma por casualidad justo antes de que… bueno, es mejor leerlo.
Son dos novelas increíbles, realmente románticas, de las que no se olvidan, de las que marcan. Y leyendo de nuevo Alma, recordé que no eran citadas por casualidad, sino que, cada una de ellas, marcaba en el personaje un presagio de lo que le iba a acontecer a partir de entonces.

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