lunes, 5 de marzo de 2007

Alma


En 2004 apareció mi primera novela titulada ALMA.
Era el primer intento por materializar en forma de relato las muchas tramas que se articulaban en mi cabeza.
Tuve algo claro desde el principio; mis personajes femeninos no iban a ser damisela virginales y delicadas que se dejaban arrastrar; serían mujeres decididas, que aprendían de su experiencia, que erraban, amaban, odiaban... vivían.
El telón de fondo para Alma fue la Revolución Francesa, porque en pocos momentos de la historia fue todo tan posible; hoy se podía ser Reina y mañana viuda de Capeto.
ISBN: 84-933683-0-X
PVP: 16,00 €
326 páginas
Aquí va el primer fragmento del primer capítulo:

-¡Margot, Margot, despierta! Se acerca un carruaje por el camino de París.
-¡Oh, Alma, déjame dormir!-se quejó su prima. Usó la sábana para taparse la cabeza y se acurrucó en el rincón más alejado de la cama para que no volviera a molestarla.
La buhardilla tenía dos ventanucos desvencijados que colaban el viento frío en invierno y dejaban paso a los mosquitos en verano. Uno se abría hacía el puerto y el mar, y el otro enfilaba el camino de París.
Alma estaba excitada. Todas las noches, antes de meterse agotada en el jergón frío de heno prensado que hacía de cama, se asomaba por el ventanuco estrecho y descuadrado, envuelta en un viejo chal, y soñaba despierta con París.Este camino, para ella, acostumbrada a zurcir redes, salar pescados y bracear sedales, era el inicio mágico de una senda por donde llegaba y desaparecía todo lo bueno, todo lo hermoso.
Por allí venían los apuestos caballeros de la ciudad, que se detenían un momento en la fonda antes de continuar hacia Calais; Alma los veía llegar montados en sus nervudos caballos y con ropas tan elegantes que al rato se ruborizaba al darse cuenta de la forma en que los miraba.
Por el mismo camino partían las mejores lubinas que salían del mar, y las ostras, y los fabulosos crustáceos; cuando era pequeña imaginaba que eran devorados por personajes tan fantásticos como ellos.
Pero sobre todo, por el camino de París, había desaparecido la hermosa dama de sus sueños.
Ella tomó también ese camino para no volver nunca más.
El sueño se repetía una y otra vez.
La carroza estaba allí cuando comenzaba; era enorme y negra y los caballos piafaban asustados por el inmenso aparato eléctrico de una tormenta que en breve se precipitaría sobre ellos.
-Esto eres tú -le decía la dama vestida de tinieblas colocándole la delicada cadena-. No lo olvides jamás.



Con autorización de La Máquina China editorial

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