sábado, 1 de marzo de 2008

La leyenda de Tierrafirme

Me gustaría compartir con vosotras parte del primer capítulo de la novela en la que estoy trabajando. Es solo un borrador. Le quedan muuuuuchas vueltas. A ver qué os parece:


1

En media hora el reloj de su ordenador marcaría las tres de la tarde y empezarían sus vacaciones; entonces tendría tiempo para visitar a sus padres, ver a sus viejos amigos, tostarse al sol en la playa y, sobre todo, descansar. ¿Desde cuándo no disfrutaba de un mes entero de tranquilidad, sin tener que estar pendiente de estudiar legajos, de preparar sus clases o de escribir artículos para las revistas académicas? A partir de mañana sería necesario que la humanidad fuera a desintegrarse para apartarla de la arena blanca de Cádiz.
-Ariel –dijo su secretaria entrando en el despacho-. Tienes visita.
La doctora Ariel Salazar dejó de ordenar los papeles de su mesa y la miró angustiada.
-¿Una visita? ¿Hoy? ¿Mi último día de trabajo? –suspiró y consultó su agenda, aunque estaba segura de no esperar a nadie-. ¿Te ha dicho de qué se trata?
La secretaria, que llevaba una tarjeta de visita en la mano, cerró la puerta tras de sí.
-No. Solo ha dicho que quería hablar contigo.
Ariel dejó escapar un bufido. Seguro que se trataba de algún alumno enojado por un suspenso o de un vendedor de materiales de conservación.
-¿Le has pedido que espere a que vuelva de mis vacaciones? –dijo con un mohín de disgusto.
-Por supuesto, pero ha insistido en verte, y te aseguro que es un hombre bastante convincente –miró la tarjeta que aún llevaba en su mano-. Por el apellido parece inglés o escocés, aunque no tiene acento –entornó los ojos, mostrando una sonrisa coqueta-. Y debe serlo, porque es muy guapo.
Ariel también sonrió mientras tomaba la tarjeta que al fin le tendía su secretaria.
-Así que para ti escocés y guapo son sinónimos.
-Por supuesto –dijo la chica muy segura-. Nunca podría ir a Escocia. Estoy segura de que acabaría en la cárcel por acoso sexual.
La doctora Salazar no pudo reprimir una carcajada y se ajustó sus horribles gafas de pasta, que aún le duraban de su época universitaria (¿Para qué cambiarlas si aún le servían?), y leyó la pulcra cartulina blanca. Estaba impresa en letras rotundas y masculinas, sin ningún adorno o floritura. Allí solo se veía el nombre de su visitante, nada más, ni cargo, ni profesión, ni siquiera la empresa o institución para la que trabajaba.
-Desde luego sería el primer estudiante que se presentara con tarjeta –volvió a susurrar su secretaria con ojos chispeantes-. Tampoco tiene pinta de vendedor.
-Darrell Mckay –leyó Ariel en voz alta-. ¿Qué se le habrá perdido a un escocés en Sevilla un 31 de julio, y con este calor?
Su secretaria recompuso una pose coqueta y parpadeó con sus enormes pestañas cubiertas de maquillaje.
-Si tú no lo recibes, yo puedo encargarme de él.
Ariel volvió a sonreír.
-Bien, entonces será mejor que lo hagas por mí.
-No te preocupes –contestó de forma cómica-, soy una experta en deshacerme de visitas inoportunas.
-No sabes cómo te lo agradezco –Ariel suspiró complacida y volvió detrás de su escritorio-. Ahora será mejor que termine. Dentro de media hora estaré en mi coche, camino de la playa y del mejor mes de vacaciones que he tenido desde hace años.

******

-Busco al doctor Salazar –sonó una voz masculina desde la puerta.
Ariel levantó la vista de la pila de documentos que intentaba organizar para su regreso, y se encontró con aquel hombre tan serio que la miraba con el ceño fruncido.
-He intentado detenerle, doctora, pero no me ha hecho caso…
Así que aquel era el señor McKay. Era cierto que se trataba de un tipo no mal parecido, pero eso no le daba derecho a entrar sin permiso en su despacho.
-No te preocupes –dijo con voz menos amable de lo que deseara-. Atenderé al señor antes de marcharme.
Su secretaria la miró con recelo, hasta que una sonrisa maliciosa se dibujó en sus labios.
-Estaré fuera para lo que necesite, doctora. -. Y salió guiñándole un ojo antes de cerrar la puerta y dejarlos a solas.
-¿Usted es…? -dijo el hombre sin terminar la frase.
-Soy Ariel Salazar. Creo que quería verme.
El hombre la miró de arriba abajo con una mezcla de asombro y curiosidad; siempre había creído que Ariel Salazar era un anciano académico.
-No esperaba que fuera usted una mujer.
-Estoy muy ocupada, señor McKay, espero que este imprevisto no le afecte para contarme qué le ha traído aquí. –cortó ella con frialdad.
Estaba harta de que siempre esperaran ver aparecer tras su nombre a un sesudo profesor con un abultado currículum en vez de a una joven doctora de 28 años. Estaba cansada de las miradas de decepción que siempre seguían a su presentación académica. Miles, cientos de miles de nombres y sus padres habían tenido el mal tino de ponerle uno de los pocos nombres ambiguos que existen en español.
Aun así debía reconocer que su secretaria no se había equivocado del todo, el visitante era un hombre atractivo, aunque quizá excesivamente serio. Tenía una frente ancha, que ahora se arrugaba en el centro con la curiosidad que mostraban sus ojos. Sus ojos quizá eran lo más interesante; de un azul profundo, brillante, casi helado, como una tarde de invierno. Desde luego ella no lo clasificaría como un hombre guapo; su nariz era demasiado grande y su rostro demasiado duro. El cabello lo llevaba crecido, sin prestarle mucha atención, era un color rubio oscuro, tan frío como su mirada. Debía de haber poco espacio para el romanticismo en un hombre como aquel –pensó-. Sin embargo, según más lo miraba, tenía que reconocer que era uno de los tipos más atractivos con los que se había cruzado, un buen indicador de que debía despacharlo con rapidez y sacarlo de su registro mental cuanto antes.
-Doctora, siento haber asaltado su despacho de esta forma –su voz era grave y ligeramente ronca, con un acento apenas perceptible que podía ser de cualquier parte-, pero es urgente que hable con usted.
-Estaba a punto de marcharme –logró decir de una manera tan brusca que se sintió extraña, pero en ese momento solo quería estar en su coche, camino de la playa, de sus bien merecidas vacaciones.
El hombre miró a ambos lados, como asegurándose de que nadie les oía, y avanzó una par de pasos en el pequeño despacho, hasta estar más cerca de ella.
-Le aseguro que no la entretendré más de lo estrictamente necesario.
Sí, era un tipo peligroso. Seguro que detrás de aquel aire tan serio había una sonrisa de dientes blanquísimos.
Se daba…mmm… cinco minutos para largarlo y otros tres para olvidarse de él.
Con cuidado se refugió detrás de su escritorio y cruzó los brazos sobre el pecho; ya estaba preparada para lo que aquel hombre quisiera contarle.
El visitante siguió con una sonrisa helada su maniobra y miró alrededor; el orden de los libros sobre las estanterías, lo pulcritud de la mesa de trabajo, la perfecta clasificación de los documentos en A-Z apilados del suelo al techo. Evidentemente la doctora Salazar era una mujer de orden, y ahora esperaba con impaciencia a que él le indicara qué hacía allí.
-Doctora. –dijo al fin- estoy aquí porque necesito su ayuda como experta en historia de América.
Ariel se apartó un mechón inoportuno de cabello que se empeñaba en caerle sobre los ojos y que podía mermar su aspecto de distante investigadora.
-Últimamente estoy muy ocupada.
El visitante se puso más serio, si eso era posible, y también cruzó los brazos sobre su pecho; la camisa de algodón pareció a punto de estallar a la altura de los hombros, bajo la presión de los músculos.
-No quiero comprometerla a nada. Si no estuviera seguro de que le interesará lo que tengo que contarle ni siquiera me habría planteado venir –dijo con tranquilidad.
Ariel tragó saliva. ¿Por qué no ponía el automático, escuchaba lo que aquel individuo tuviera que contar y le lanzaba alguna de esas promesas inútiles que tanto le habían hecho a ella cuando era estudiante?
-Bien, si me dice qué necesita, estoy segura de que…
-Quiero que trabaje para mí –dijo el visitante con voz serena.
Ariel se quedó muda y lo miró con los ojos muy abiertos; no debía haber oído bien.
-Señor McKay –dijo al fin, más alterada de lo que pretendía mostrar-. Está usted en Sevilla. En el Archivo de Indias. Esto y la universidad son mi trabajo, y me encanta. No necesito ningún otro. Y si lo necesitara, no estaría segura de querer estar bajo las órdenes de un perfecto desconocido.
El hombre no pareció haberla escuchado.
-Tengo información privilegiada y creo qué es usted la persona adecuada para interpretarla.
“Qué hombre tan vanidoso” –pensó-, “¿Cómo se puede ser tan serio y arrogante?”, pero como siempre, la curiosidad pudo más en ella que la prudencia.
-¿Qué información? –dijo, arrepintiéndose incluso antes de acabar.
Aquel hombre enorme seguía mirándola de una forma demasiado intensa, como si a través de sus ojos pudiera saber lo que pensaba.
-Es usted una de las mejores americanistas del momento.
-No es para tanto.
-Quizá la mayor experta en la Flota de Indias.
-No sé a dónde quiere llegar.
El hombre volvió a observarla con detenimiento; nunca hubiera podido imaginar que el prestigioso doctor Ariel Salazar fuera una mujer, joven y además bonita. Detrás de aquellas grandes gafas de pasta había unos brillantes ojos pardos, y el traje de chaqueta gris, desfavorecedor y un poco grande, que llevaba puesto no podía ocultar por completo una anatomía que se percibía más que agradable.
-¿Qué sabe del Santa Bárbara? –dijo el visitante apartando las formas de la doctora de su cabeza.
Ariel lo miró entonces con curiosidad.
-Lo mismo que todo el mundo; casi nada.
-Desapareció en algún lugar entre las Islas Azores y el puerto de Sevilla, a principios de 1557.
-Si las leyendas son ciertas debió de ser entre enero y febrero de ese año.
Él asintió, su mirada era tan fría, tan absolutamente grave, que estaba segura de que miraría de la misma manera un informativo de la tele que un plato de bogavantes.
-Hay varios misterios concernientes al barco -dijo el desconocido-. El primero es por qué zarpó en una fecha donde eran habituales las tormentas que hacían casi imposible cruzar a vela el Atlántico.
-Muchas teorías a ese respecto podrían explicarlo.
-Sí, pero ninguna es concluyente.
Ariel descruzó los brazos para volver a cruzarlos, y lo miró con las cejas fruncidas.
-Señor McKay ¿A dónde quieres llegar?
-Me han contratado para encontrar el Santa Bárbara y quiero que usted me ayude.
Así que eso era lo que le traía por aquí.
Como conservadora del Archivo de Indias estaba acostumbrada a tratar con aventureros buscatesoros que acudían allí para seguir la pista a los más de 270 galeones hundidos frente a las costas de Cádiz y Huelva, y los otros muchos cientos que descansaban bajos las aguas del Caribe, pero este, además, buscaba uno que ni siquiera existía.
-En primer lugar –comenzó a decir, intentando no ser demasiado brusca-, no hay documentos escritos que prueben la existencia de ese galeón. Y en segundo lugar, no sé qué le ha hecho creer que yo iba a unirme a usted en una empresa tan absurda como esa.
Él sonrió por primera vez. Ahí estaba; una risa clara y franca, fresca como un helado de limón.
-Veo que es usted una mujer juiciosa.
-Sí, -dijo ella molesta sin saber por qué-. Y lo siento, señor MacKay. Lamento el largo viaje que seguro ha tenido que hacer para venir hasta aquí, pero no. Por nada del mundo me mezclaría en un asunto así. Tengo una reputación que debo defender.
Darrell Mackay se puso de pie. El atisbo de sonrisa había sido solo eso, un momento fugaz que pronto había desaparecido.
-Estaré en la ciudad unos días. Si cambia de opinión, en la parte de atrás de la tarjeta he escrito la dirección de mi hotel.
-No creo que eso vaya a suceder.
El hombre asintió y le tendió la mano.
-Ha sido un placer conocerla. Espero volver a verla.
Ella, más molesta de lo que deseara por la presencia de aquella intromisión en su ordenada vida de investigadora, estrechó su mano. Era fuerte y grande, como todo él.
-Espero que tenga suerte –fue lo único que se le ocurrió decir.
El hombre la miró por última vez y se encaminó hacia la puerta. Cuando llegó se giró de nuevo y buscó algo en el bolsillo trasero de su pantalón.
-Se me olvidaba. Quizá esto le interese.
Dejó una hoja de papel doblada sobre un estante de la ordenada librería y salió del despacho.
Inmediatamente después entró su secretaria frotándose las manos.
-Dime que te ha invitado a cenar.
-Por supuesto que no –dijo Ariel aún molesta- Es otro más de esos aventureros que vienen a cientos.
La chica no podía dejar de mostrar cierta desilusión.
-Sé que es una ordinariez, pero si sigues trabajando y trabajando, sin encontrar un solo minuto para relacionarte, te auguro una vida sentimental bastante triste.
Ariel volvió a sonreír.
-Así que tú eres de las que piensan que una mujer solo puede ser feliz al lado de un hombre.
-No exactamente –dijo la chica pensativa-, eso solo lo piensa una mitad de mi cuerpo.
-Entonces estás de suerte –contestó Ariel con un mohín de complicidad-, porque tu escocés se quedará unos días en la ciudad.
-¿Ni siquiera por un hombre como ese –dijo su secretaria con las manos en la cadera- sacrificarías unos días de esas vacaciones que dices desear tanto, y a las que seguro te vas a llevar todas esas carpetas atrasadas?
Ariel lo pensó antes de contestar.
-¿Sabes que te digo? Que prefiero mis carpetas llenas de legajos a cualquier escocés de ojos azules demasiado grande y demasiado fuerte para mí.

5 comentarios:

Andrea Milano dijo...

Hola Bel!! Me encanta, esta historia sin dudas promete y mucho!! Ojalá se convierta pronto en una novela publicada ya que me encantaría leerla!
Un saludo desde Argentina de una colega,
Andrea Milano

Bel Frances dijo...

Andrea!!! Estoy desenado encontrar tu "Pasado imperfecto" aquí, en España.
A esta novela aún le queda muuuucho. Ando por la mitad, pero me apetecía compartirla. Besooooos

Andrea Milano dijo...

Pinta realmente bien! Ojalá prontito se pueda leer. Mi Pasado Imperfecto ya llegó a España, seguro la encontrarás y si la lees espero opinión.
Un beso
Andrea

Anónimo dijo...

Qué buena pintaaaaaaa!!!!

Amaya F. dijo...

Hola, tengo tu libro Alma fichado, a la espera de que baje la pila de libros que tengo por leer.
Tengo muchas ganas de leer algo tuyo. Más que un fragmento como el de arriba.
Solo con que seas la mitad de buena de lo que parece, será una buena inversión en tiempo.
¿El libro de este fragmento ya lo tienes también en las librerías?